El ozono en hospitales y clínicas
Después de los primeros descubrimientos y experiencias realizadas por eminentes doctores, como Ignúe Semmelwiss, Pasteur y Lister, sobre la séptica y asepsia de los centros sanitarios, se ha puesto de manifiesto una creciente tendencia a la investigación de procedimientos para impedir el contagio de enfermedades infecciosas, especialmente para las bacterias autorresistentes a los antibióticos.
Se descubrió que el principal medio de contagio es el aire, y por tanto, los numerosos métodos que se han ensayado van encaminados a la esterilización de éste.
En el punto de partida de la propagación de las infecciones iatrógenas, se halla el enfermo portador de bacterias, y el hombre sano. Al toser; al hablar e incluso al respirar, de las cavidades nasales y bucales salen bacterias que pasan al aire. Estas flotan en el aire adheridas a microscópicas gotas de saliva. Las de mayor tamaño no tardan en depositarse en el suelo, sobre los objetos de instalación y mobiliario, así como en la piel de los enfermos y hasta en los vendajes. Las partículas más pequeñas siguen flotando durante un tiempo más prolongado, y cuando el enfermo respira llegan a las vías respiratorias del mismo, depositándose sobre las manos del enfermo y del personal sanitario, sirviendo también de punto de partida para la infección. Las bacterias pasan también a la atmósfera desde la superficie de las heridas purulentas, y ello aunque las heridas se encuentran cubiertas con vendas. Este modo de propagación amenaza especialmente el aire de las salas de cura y de operaciones. Durante el curso del vendado o de la operación se depositan en las heridas de otros enfermos y constituyen un grave obstáculo para la curación de las heridas. Barnard y sus colaboradores consideran que la mayoría de los gérmenes que flotan en el aire no proceden de la nasofaringe, sino de la piel del personal.
De todo esto se deduce la importancia de comenzar por la total esterilización del aire que rodea a personas y objetos, que es el principal medio de infección y contagio. Con este fin comenzaron a aplicarse numerosos productos químicos como ácido fénico y los glicoles, difundidos por el aire, sistemas que siendo incómodos de utilizar no producían resultados satisfactorios. También se emplearon los rayos Ultravioletas, pero además de ser costosa su instalación y mantenimiento, producían lesiones en los ojos y tejidos de personas expuestas a los mismos. Recientemente se ha llegado a la conclusión de que el mejor procedimiento es la utilización del OZONO, gas alotrópico del oxígeno con un elevadísimo poder oxidante, que aplicado en pequeñas dosis en el aire produce un efecto fulminante en la población bacteriana del mismo, garantizando una perfecta asepsia.
El OZONO, en su utilización en este tipo de establecimientos públicos, cumple un doble papel benefactor aparte del elevado poder desinfectante como ya hemos mencionado, está su gran efecto desodorizante. Al mismo tiempo que destruye por oxidación las bacterias, descompone las sustancias orgánicas y productoras de los olores molestos que en estos lugares se originan. Ya en la sala de espera, la acumulación de personas da origen a que el ambiente esté cargado y lo que es más, allí se mezclan enfermos con personas sanas, y el peligro de contagio es inminente. Aquí el OZONO, por lo anteriormente dicho, encuentra un perfecto lugar para su benéfica acción. No olvidando al mismo tiempo que sus moléculas son iones negativos que evitan posibles estados nerviosos a que da lugar la simple espera. En los quirófanos, salas de cura y reconocimientos sería redundancia repetir su acción desodorizante y esterilizante. Así como en las habitaciones y especialmente en las salas comunes, el OZONO es la solución ideal para los problemas que allí se originan: contagio, olores, etc.
No olvidemos que el enfermo requiere un medio limpio y puro, como en la alta montaña, y que mediante el OZONO se puede conseguir dicho ambiente de un modo artificial.